La Venganza del Mosquetero

La venganza es el manjar más sabroso condimentado en el infierno.

Walter Scott (1771-1832) Escritor británico.

El río era el culpable de la intensa bruma que cubría como un manto toda la ciudad, el mosquetero aguardaba con lágrimas en los ojos, el encuentro con la muerte, no era cobardía, no era falta de capacidad, el hombre que blandía la espada lloraba por la rabia.

La reyerta comenzó apenas el sol apareció por oriente, un espadachín con sombrero de ala ancha y embozado con su capa cruzó al galope la calle principal, se detuvo frente al palacete del marques y desenvaino la espada.

Ella le dijo que siempre le querría, sello sus labios con un beso y le dio la rosa que aun guardaba en sus manos, en ese momento se abrazaron y el abrazo fue eterno.

Cuando la mitad de la guardia yacía inerte por el suelo, los gritos de alarma llegaron a oídos del mosquetero, corrió escaleras abajo sin pensar que o que le aguardaba era una trampa, su valor y fidelidad hacia el marques hacia temerario su valor.

El trueno ensordecedor del trabuco retumbo amplificado por el eco de la sala, el mosquetero solo oyó que la venganza de Don Cosme estaba servida, cuando giró por el pasillo, se quedo blanco, el plomo no le había alcanzado por poco, ahora sabia a que venia esa reyerta, querían matarlo.

“No vayas, deja que la guardia se ocupe de ellos”, ella trato de detener el loco fragor de su amado, corrió tras el en una alocada persecución a través del palacete de su padre, la punzada en el pecho no se la esperó, tenia frío y muchísima sed, pero ahí estaba el, con lagrimas en los ojos, sosteniendo la rosa que sellaba su compromiso.

El río era el culpable de la intensa bruma que cubría como un manto toda la ciudad, pocas horas antes le habían notificado que la hija del marques había muerto en una emboscada, ahora Don Cosme se hallaba tendido en la calle con medio metro de acero atravesando su cuerpo la mirada perdida y la compañía de un mosquetero abatido por sus arcabuceros, que se desangraba sin remedio mientras pensaba en la ironía que tenia todo aquello, en las vidas inocentes que aquella disputa había ocasionado, en Inés y en que todo había acabado en el frió suelo con los enemigos cegados por el odio muertos, en un día con bruma, en una ciudad con río, con un mosquetero muerto con lagrimas en los ojos y una rosa en el pecho



El verdadero modo de vengarse de un enemigo es no parecérsele.

Marco Aurelio (121-180) Emperador romano.