La novela engancha, que es lo que se le pide a este tipo de productos policiacos. Tenía ganas de leerla para sumergirme en el ambiente sueco en el que pensaba se desarrollaría la novela. Aunque prefiero quedarme con Andrea Camilleri y su saga sobre el inspector Montalbano, porque de momento me satisface más leer sobre el sibarita comisario degustando pescados frescos delicadamente cocinados y deliciosos platos típicos sicilianos, siempre bien regados con buen vino del terruño, antes que leer sobre esos tipos raritos suecos, con sus mubles de Ikea, sus pasteles de panceta con mermelada de arándanos, su glögg navideño y sus asquerosos vinos calientes y especiados. Ahora voy a comenzar “Las alas de la Esfinge” de Camilleri (al que alternaré con el libro sobre el Día D de Antony Beevor).
En cualquier caso, hablando de odios, tengo que desenterrar aquí el que me vienen profesando últimamente panameños y afines, a raíz de un post escrito en este blog de la serie “países que me caen gordos”.
Por todo ello, y demostrado que el post realmente estaba fomentando el odio entre naciones (dado que a esta buena gente le han entrado unas ganas tremendas de partirle la cara a nacionales de países vecinos, compatriotas que de otras etnias o a inmigrantes dañan sus países de acogida con sus malianterías”), y antes de que comiencen las auto-inmolaciones y el boicot a los productos que exportamos al Panamá (principalmente embarcaciones y cosméticos) he decidido realizar un ejercicio de responsabilidad, no escuchar nunca más a Federico y abandonar la serie “países que me caen gordos” y sustituirla por otra que se va a titular “Panamá mola”. Y es una lástima, porque tenía en mente algunos subproductos que podrían haber recibido nombres tan sugerentes como “Provincias que me caen gordas”. Algún día puede que alguno de los innumerables monos que aporrean eternamente máquinas de escribir complete este incomprensible vacío en la literatura.