Y más bello aún es el cuento, porque a eso suena.
Había una vez una escuela en un pueblo llamado Saladas (cualquier apreciación gustativa corre por vuestra cuenta). Y como toda escuela de pueblo ésta tenía un bus escolar con su correspondiente chofer.
El chofer era tan diligente que todas las mañanas, antes de recoger a los estudiantes, iba por las maestras. Unas 5 ó 6 “educadoras”.
Como el recorrido era un poco extenso, el chofer solía amenizar el viaje haciendo alguna “parada” en un sitio llamado “Pago del deseo”. Y es allí donde se desarrolla lo más “jugoso” de la historia de las “Saladas”.
El cortés chofer se pasaba un buen rato “atendiendo” las matinales necesidades de las maestras (tengan en cuenta que entraban a las 7 de la mañana a su trabajo). Se sucedían unas a otras bajo la sombra de los arbustos a la vera del pintoresco camino campestre. Retozaban cual animalillos alegres entre la brisa mañanera y cantos de los pajarillos.
Hasta se animaron a sesiones colectivas (aquí en Argentina al bus también se lo denomina “colectivo”).
No conforme con los placeres matutinos, el brioso chofer les tomaba fotografías a las divertidas maestras, quienes eufóricas accedían y hasta con amplias sonrisas lascivas en sus rostros se retrataban para la posteridad. ¡Y vaya posteridad!
Pero como no todo era color verde pastizal y el semental conductor del bus tampoco era muy piola (vivo, ducho, avivado, inteligente ni precavido), guardó las imágenes capturadas con su celular en la computadora de su casa, a la que solía acceder su inocente novia.
Ésta, obviamente, encontró las pruebas candentes y, despechada por demás, las colgó de una soga bien alta que se llamaba Internet, en algo a lo que denominaba “su blog”.
Fue así que todo el pueblito de Saladas conoció las andanzas del Príncipe y su bus del placer.
El pueblo era tan pueblo que se conocían entre todos, además de que casi todas las maestras tenían esposos y familias.
Sólo una de las maestras no tenía compromiso marital alguno. Es la que salía más sonriente en las fotos (sonreía abiertamente..).
Los que no sonreían para nada eran los esposos (ahora renos de Santa Claus) quienes hasta el día de hoy andan buscando con el mismo frenesí que sus esposas al gran chofer, maestro de las curvas, las subidas y las bajadas pronunciadas del pueblo de Saladas.
Como todo cuento tiene su enseñanza, la moraleja de este es la siguiente:
“Más vale tomar el bus
con tiempo justo y no de sobra,
porque aunque el viaje es gratis
el chofer te lo cobra...”
La noticia verdadera, completa y mejor documentada que en los medios de mi país está acá:
http://www.elmundo.es/elmundo/2007/12/20/internacional/1198115299.html