Unos pies diminutos que caminan donde nace el sol

En la página 43 de "El loto Azul", Tintín rescata a un muchacho chino llamado Tchang, que se llegaría a convertir en un gran amigo del reportero. Éste se pregunta por qué "un diablo blanco" le ha salvado la vida, dado que él pensaba que todos los blancos eran como los que mataron a sus abuelos en la guerra de los "Puños de Justicia" (La rebelión de los Boxers). Tintín, para tranquilizarle, le comenta que también para un belga como él le podría resultar extraño hacerse amigo de un chino, pues por Europa circulan historias en las que "todos los chinos son astutos y crueles, que llevan coletas, que pasan el tiempo inventando martirios -los consabidos martirios chinos- y comiendo huevos podridos y nidos de golondrina..." "y todas las chinas sin excepción tienen unos pies minúsculos, y que, aún ahora, las niñas chinas sufren terribles tormentos destinados a impedir el normal desarrollo de sus pies".

Yo crecí con las aventuras de Tintín, y con esas leyendas sobre los pies de las chicas chinas a los que se les obliga a entrar en pequeños zapatitos. Hoy me ha llegado un correo electrónico bajo el título "Muy fuerte esto de haber sido geisha, ¿eh?", refrescando en mi mente la imagen infantil de las torturas a las que sometían a las pequeñas chinas o japonesas para tener unos pequeños y delicados pies...

Del tiempo que trabajé en una biblioteca en una populosa barriada de una gran ciudad, recuerdo de manera agradable a una anciana que en una ocasión me pidió que le buscara un libro donde salieran "muchos chinos y muchos muertos..." Y esta frase me trasladó a ese universo de chinos con coletas, de continuo inventando nuevas torturas, comiendo huevos de golondrina y martirizando a sus hembras para que sus pobres pies entren en sus zapatitos minúsculos.